La gran mancha (cap. 1)

El mural mostró unos cuantos caracteres y Eila respiró aliviada. Llevaba horas tratando de lograr algún resultado y ya empezaba a estar nerviosa. No le gustaba nada estar ahí abajo y hoy estaba superando el límite al que forzosamente se había acostumbrado.
La mayoría de lo que veía era ininteligible. Tan solo una palabra parecía vislumbrarse: Ock##hem, Ocktrhem, Ockiohem…? El ordenador parecía no decidirse por las dos letras centrales y mostraba diferentes versiones de la palabra. Eila por su parte no sabía muy bien si alegrarse o lamentarse de la situación. Encontrar algo implicaba más tiempo allí y puede que empezase a sufrir algún ataque de ansiedad. Por otra parte hacía mucho que no se recuperaba nada. Habían pasado bastantes años desde la Gran Mancha y cada vez se recuperaban menos cosas. Esta podía ser la gran ocasión que había estado esperando.
Mientras ella cavilaba el ordenador siguió mostrando más información en el mural: extensiones FLAC, ficheros de audio. Así que había recuperado documentos sonoros? No parecía muy interesante. Impaciente, eligió uno de los ficheros antes de que el ordenador terminara el proceso y lo mandó al reproductor. Empezó a escucharlo y confirmó sus temores: el audio estaba destrozado y aunque el algoritmo había hecho lo que había podido no dejaba de ser un galimatías sin sentido. Hubiera sido demasiado bonito.
De todos modos ella no era una recuperadora de audios, lo suyo era más bien la imagen. De modo que pensó en consultar con Reiguel. Puede que estuviera trabajando aun.

– Reiguel, me recibes?
– Sí, por aquí ando. ¿Qué pasa, Eila?
– Tengo un factor 8 aquí y milagrosamente he conseguido recuperar algo de audio pero no creo que se pueda aprovechar
– ¿De que se trata, un discurso, noticias?
– No sabría decirte, tengo varios ficheros con un nombre recurrente: Ock##em, Ocktrhem o algo así.
– ¿Ockeghem?
– Puede que sí. Déjame ver… sí uno de los ficheros lleva la palabra que me has dicho. ¿Qué significa?
– ¡No es una palabra: es un nombre! !Johannes Ockeghem! ¿Y dices que es audio? ¡Déjame escucharlo!
– Ya lo he probado y no ha salido nada, por eso no se que hacer con ello.
– Ponlo otra vez, quiero oírlo!

Ella no le hizo esperar y puso el audio en marcha. Esta vez eligió el fichero que llevaba la palabra… el nombre Ockeghem completo. Puede que el fichero estuviera algo mejor.

[audio:http://176.31.254.20/au/ockeghem_missa_au_travail_suis_fragment.mp3|titles=Johannes Ockeghem – Missa au travail suis]

Ciertamente sonaba distinto del anterior, como una multitud. Pero igualmente sin sentido para ella.

– Dios mio, Eila: Es una misa de Ockeghem, creo que es la Missa Au Travail Suis! ¿De donde demonios has sacado esto?
– Déjame ver… la ficha pone Amberes, Conservatorio de Música. ¿Esto debería ser música?
– Esto es música y de la buena: no toques nada, no hagas nada! Ahora mismo bajo! Estoy ahí en un momento!
– ¿Estás seguro? Yo creo que no hay nada aprovechable.
– Hazme caso y espérame.
– Vale, pero date prisa! Sabes que no me gusta estar aquí abajo!
– Lo se, pero créeme, valdrá la pena. Has encontrado un tesoro! Enseguida estoy contigo.

Enseguida era un término muy generoso para cuantificar los veinte minutos largos que tardaría en llegar hasta ella suponiendo que estuviera en el lago Verne. Si estaba en superficie habría que añadir unos 15 minutos más. Bajar hasta nueve kilómetros bajo tierra no es cosa de un segundo. Verne está sólo a cuatro y ya es todo un viaje. Cuando Eila pensaba en toda la masa de roca que estaba justo sobre su cabeza no podía evitar un escalofrío. No le gustaba nada ese sitio, pero desde la gran mancha era el único lugar donde podía trabajar con un ordenador. Puede que algún día las cosas cambien, pero de momento no. Hace años apareció una gran mancha solar. La mayor que jamás se había registrado. Luego llegó el viento solar y toda la radiación. Algo nunca visto. En segundos todo dejó de funcionar: primero los satélites, luego las comunicaciones, los ordenadores, los equipos electrónicos… todo quedó frito. Normalmente el viento solar provoca alguna interferencia y ruido de fondo. A cambio nos obsequia con hermosas auroras boreales. Pero en esa ocasión fue algo tan grande que acabó con el mundo tal como lo conocemos. Todo funcionaba con ordenadores y en segundos acabaron convertidos en chatarra. Fue un poco como volver a la edad de piedra y costó mucho tiempo empezar a recuperarse un poco. Curiosamente los países más pobres y poco desarrollados fueron los que salieron adelante más pronto pues eran los que dependían menos de la alta tecnología. Las primeras potencias en cambio pasaron a ocupar el lugar de los parias del planeta. Hay quien dice que el Sol hizo algo de justicia porque los hombres no fueron capaces de hacerla por si mismos.
Años después de aquello la gran mancha sigue en el Sol, achicharrando todo ingenio electrónico que se ponga a su alcance. Los únicos lugares relativamente seguros para ellos son los agujeros como los que se encuentra Eila. Minas abandonadas reconvertidas en centros de proceso. Allí, protegidos por la roca podían trabajar relativamente bien e intentar recuperar toda la información posible de todos los discos duros que se habían podido recopilar. Era una tarea ingente pero necesaria pues todo el saber del hombre residía en esos discos. La era del papel había quedado atrás hacía mucho y todo el conocimiento de la humanidad estaba digitalizado. Nadie miró al cielo y pensó lo vulnerables que éramos.
Ahora la única esperanza recaía en gente como Eila o como Reiguel. Eran recuperadores. Especialistas en analizar, tratar y recuperar toda la información posible. Y ahora ella estaba esperando a su compañero con los brazos cruzados por culpa del dichoso Johan Ockeloquesea.

 

continuará…

 

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