No es noticia decir que las grandes estrellas de la música a menudo acaban convirtiéndose en seres caprichosos, extravagantes y consentidos. Cuando estás en la cresta de la ola y rodeado de gente que te idolatra parece lo más normal del mundo que cualquier deseo que se te pase por la cabeza esté a tu alcance con tan solo pedirlo.
¿De que otro modo se podría explicar que un concierto pudiera suspenderse porque en el camerino de los artistas no habían puesto un bol lleno de caramelos de colores? No es ninguna broma: Hablamos de los Van Halen y de su gira de 1982. En su contrato ponía claramente que en el camerino entre otras cosas debía haber un bol lleno de m&ms y además con la particularidad de que se debían retirar todos los de color marrón. Si no había bol o en él habían m&ms de color marrón el grupo tenía derecho a cancelar la actuación y a cobrar igualmente el importe total estipulado.
Pero como suele pasar, las cosas no son lo que parecen y esta clausula tampoco lo es. De hecho se trata de una idea genial que hoy en día se pone como ejemplo en escuelas de negocios.
1982: Van Halen lanza su quinto disco titulado Diver Down. El grupo se encuentra en lo más alto: son los reyes del rock. No hay guitarrista capaz de hacer sombra a Eddie Van Halen. David Lee Roth es un showman por naturaleza y no tiene reparos en mostrar orgulloso sus nalgas, que quedan a la vista del público gracias a sus pantalones con ‘escote en el culo’, por decirlo de algún modo. El batería Alex Van Halen y el bajista Mike Anthony completan el cuarteto de un grupo lleno de buenos temas.
Por si fuera poco sus conciertos son espectaculares y de otra dimensión. Focos de luz por doquier, potencia de sonido abrumadora… El escenario de los Van Halen no tenía nada que ver con todo lo demás. A principios de los 80 lo habitual era transportar todo el equipo en tres grandes trailers como máximo. Pero ellos necesitaban nueve.
Y aquí empezaban los problemas. Muchos de los locales donde tenían que actuar eran edificios construidos en los años 50, 60 ó 70 y no estaban pensados para eventos de tal magnitud. Mil cosas podían salir mal: el suelo podía no soportar un escenario de un peso similar a un Jumbo 747. El suministro eléctrico podía no tener la potencia requerida. Las vigas del techo podían no soportar los enormes focos de aluminio o sencillamente las puertas podían ser pequeñas y no dejar pasar el equipo.
Todos estos requisitos y características estaban perfectamente explicados y detallados en el contrato que como os podéis figurar tenía más bien el aspecto de una guía telefónica.
Las especificaciones debían seguirse escrupulosamente punto por punto pues de lo contrario podrían surgir problemas serios e incluso poner vidas en peligro. No es difícil imaginar un incendio provocado por un sobrecalentamiento de la línea eléctrica o un soporte que cede por el peso de los focos.
Pero vamos a ser honestos… ¿hay alguien que se mire un contrato de cabo a rabo cuando lo firma? ¿Y si tiene 40, 50, 60 páginas? En el caso del que hablamos ya vemos que si queremos evitar desgracias tiene que ser que sí.
Pero, ¿cómo asegurarse que realmente la persona responsable se ha leído el contrato y ha seguido todas las indicaciones? Pues en realidad es muy sencillo: Tan solo debes poner una clausula absurda pero fácil de realizar y de verificar en medio del contrato. Por ejemplo exigir un bol lleno de m&ms de todos los colores excepto los marrones en el camerino. Si cuando llegas no ves el bol, mal asunto: no se han leído el contrato. Si está el bol pero tiene caramelos marrones, mal asunto: no se han leído bien todo el contrato. Y si en eso han fallado puedes estar seguro que también han pasado por alto cosas mucho más críticas. De modo que, o se lo vuelven a leer y hacen lo que dice o mejor no tocar.
Sin embargo, esta gran idea que ahora se utiliza a menudo en todo tipo de contratos no fue entendida por la prensa en aquel entonces y lo cierto es que el grupo tampoco hizo muchos esfuerzos para explicarla. Solía darse el caso de que el no encontrar un bol con m&ms fuera la excusa perfecta para empezar a destrozar camerinos y todo lo que se pusiera por delante. Sin duda eso aumentó su fama de divos consentidos.
David Lee Roth comenta uno de estos casos, concretamente un concierto que dieron en la ciudad de Puebla (Colorado), en el pabellón polideportivo de la universidad. Por lo visto era una pista de baloncesto con un suelo flotante que justo habían estrenado.
Cuando llegó al camerino vio un bol con m&ms de color marrón. Lo cogió con una mano y emulando un actor representando Hamlet lo sostuvo cual calavera para recitar: «Qué es esto que hay frente a mi?». Luego terminó la actuación destrozando el camerino, el catering y agujereando la puerta de una patada. Pura diversión salvaje por un total de 12.000 dólares
Como era de esperar nadie se tomó la molestia de comprobar si ese suelo recién estrenado resistiría el peso de la estructura y resultó que no lo resistió. Todo el parqué se hundió y quedó destrozado y aplastado bajo el enorme escenario. Tras el concierto se tuvo que reemplazar por completo y la broma acabó costando 80.000 dólares.
Pero en la prensa local la noticia que se publicó fue que David había causado destrozos por valor de 85.000 dólares al encontrar en el camerino m&ms de color marrón. Y como él mismo comentó, «¿Quien soy yo para desmentir un rumor tan bueno?».
Ya que esto es un blog de música mejor terminar con música. Unos vídeos de Van Halen de aquella gira del año 1982. La calidad es bastante mala pero como se dice en estos casos como documento histórico son únicos.
Genial la clausula de los M&M’s de colores en los contratos de los conciertos XD