Por una que me sabía… (Cap. 2)

Un oficinista aburrido descubre por casualidad que el Adagio de Albinoni tiene derechos de autor hasta casi finales del s. XXI. Desconcertado decide investigar el asunto.

 

 

 

 

 

 

 

El silencio y la quietud habían recuperado el dominio sobre la sala y parecía que el aburrimiento iba a hacer otro tanto pero el hombre no se explicaba que una pieza de música clásica tuviera derechos de autor hasta finales del siglo XXI. Estaba a punto de volver a acceder a la consulta cuando escuchó otro ruido, esta vez detrás de él.
Los ruidos tras de si tan solo podían significar el jefe. Y si el jefe se movía más le valía estar alerta. Así que cambió de opinión y dejó la consulta para más tarde.
Hizo bien, pues efectivamente el jefe apareció por la puerta de su despacho preguntando:
– Quien ha venido, Jorge? No será otra vez el tío ese del transformador de protones?
– No, ha venido una chica. El del transformador dijo que se iba a USA porque allí la gente estaba más abierta a las ideas nuevas y que aquí nadie comprendía su genio.
– Menudo chalado! Al menos ha hecho algo bien: marcharse y dejarnos en paz. Pero dices que ha venido una chica? Qué chica?
– Se equivocó de piso. Quería saber si una canción estaba en el dominio público.
– Y tú que le has dicho?
– Pues que era en la quinta planta, que esto era el registro de patentes.
– Bueno, sí. Es lo que pone la plaquita de la entrada. Si la puñetera plaquita fuera más grande tal como yo pedí no se colaría tanto despistado.
‘El jefe tiene ganas de palique. (pensó Jorge) Debe estar más aburrido que yo’.
– Tiene razón jefe, pero los de arriba no piensan en estas cosas. Luego pasa lo que pasa.
– Exacto: Qué sabrán ellos de capear con la gente todos los días. Menudo estrés, para acabar desquiciado.

Jorge miró a su alrededor para cerciorarse de que estaba en el mismo sitio del que estaba hablando el jefe y que realmente estaba desierta. ‘Estrés? Pero si no hay un alma!, este tío delira’.

– Ahora mismo por ejemplo siento como una angustia interior que no se de donde viene. Este trabajo nos va a matar! Sabes qué, voy al baño un momento a refrescarme la cara a ver si me calmo. Si llama alguien les dices que estoy en una reunión, ok?
– Ok, jefe no se preocupe. ‘Tanto rollo para salir a la calle a fumarse un cigarro. Podría decirlo sin más y ahorrarse la comedia. Pero claro, como le ha contado a todo el mundo que ha dejado de fumar con eso de la hipnosis y que le ha ido tan bien…’

Al menos ahora Jorge volvía a estar solo y por tanto tenía vía libre para consultar lo que le diera la gana. Un momento: vía libre? Claro! El pc del jefe no está capado y tiene acceso a internet. Desde ahí se puede buscar todo lo que quieras en San Google.
No se lo pensó dos veces y se fue pitando al despacho del jefe. Disponía de unos minutos y no quería que le pillaran así que tendría que ser algo rápido.
Se sentó frente al pc y se dio cuenta que en la pantalla había una partida a medias del buscaminas.

– Menudo tipejo! Sí, estresado del todo. Vaya morro.

Pulsó el acceso directo al navegador y activó el modo privado. No quería dejar ningún rastro. Luego escribió ‘Albinoni’ en el buscador y pulso enter. Salieron un montón de entradas y eligió una que tenía buena pinta.
Lo primero que vio fue un retrato del músico que ya por si mismo le confirmó la idea que tenía.

– Este señor es de una época muy antigua.

Empezó a leer y todo coincidía con la imagen.

– Músico del Barroco, nació en Venecia en 1671, (osea hace una porrada de años, pensó). Famoso por sus óperas.

– ¿Óperas, cómo óperas? Este tío hacía operas? Y en el barroco ya había ópera?

Siguió leyendo apresuradamente.

– Estudió violín y canto. Aunque escribió muchas óperas en la actualidad es más conocido por sus composiciones instrumentales (ya estamos llegando a lo interesante) como por ejemplo sus conciertos para oboe, siendo un pionero en su país del uso como solista de dicho instrumento.

 

Tomaso Albinoni – Conciertos para oboe y para violín
T. Albinoni Oboe Concertos Op.7 Nos.1-8

 

– Pero que oboe ni que puñetas? Jolín, el Adagio! A ver, aquí hay una lista de obras: Sinfonías, conciertos, sonatas… Adagios? Adagios? Ostia aquí no hay ninguno?

– A ver, control + F… buscar… nada! Lo habré escrito mal? No puede ser, tiene que estar. Calma. Vamos a leer la lista otra vez. Puede que forme parte de alguna ópera. Algún interludio de esos que no canta nadie.

Así que Jorge volvió a leer con detalle toda la lista de obras importantes que aparecían en la pantalla.

– Il tiranno eroe… I rivali generosi… La Statira… Il Satrapone… Windows XP… Como que win… mierda, el salvapantallas!

Casi instintivamente Jorge pulsó la barra de espacio del teclado para quitar el salvapantallas pero al hacerlo su cara se quedó pálida y su boca desencajada al leer en la pantalla: ‘sesión bloqueada, introduzca contraseña’.

– La madre que lo… tiene una contraseña! Y qué demonios habrá puesto?

– admin… no

– pepe… no

– hola… no

– 1234… no

– messi… no

– en blanco, claro! mierda, tampoco!

– Se llama Alberto Pérez… alberto… no

– perez… no

– aperez… no

– albertoperez… no

– albertito… no!

El color pálido de la cara pasó a extremadamente-pálido cuando escuchó el ascensor que se paraba en la planta.

– Vaya mierda, menudo fregado! Qué hago? Qué le digo cuando vea la pantalla del navegador?

continuará…

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