El arpa que quería bailar

Berta Puigdemasa y Béné Carrat forman el dúo H2B. La una toca el arpa. La otra, danza.

Me gustó mucho su actuación y de todo lo que sentí al verlas surgió esta historia. Espero que os guste.

 

 

Berta es una chica normal. Sí, ya sé que pensareis que tocar el arpa no es nada normal. Pero es que a Berta le gusta tanto tocar el arpa que la cosa más normal del mundo es que se dedique a ello. De hecho, si le preguntáis cual es su profesión ella os dirá que es arpista, que es el nombre que reciben las personas que tocan el arpa.

Y no os penséis que tocar el arpa es una cosa fácil ni sencilla. Hay que estudiar mucho y practicar aún más para poder tocar tan bien como ella.
A Berta además le gusta mucho la danza y cuando era más pequeña también quería ser bailarina. Pero un día se dio cuenta que ser bailarina era muy complicado y que no podría estudiar el arpa y la danza al mismo tiempo. Tuvo que elegir una de las dos cosas y al final se decidió por el arpa.
Ahora ella está muy contenta y se lo pasa muy bien tocando el arpa, pero la chiquilla que vive en su corazón aún ama la danza y a veces se pone un poco triste por no poder haber hecho realidad el otro gran sueño de su vida.

Por suerte, cada vez que Berta se pone triste empieza a tocar el arpa y todos los males desaparecen. Es como si el sonido dulce y tímido del arpa disgustara tanto a la tristeza que esta, asqueada, acabase por marcharse muy lejos.

Sea como sea, un día muy temprano Berta se preparó para practicar un poco, de modo que antes empezar se puso a afinar su arpa. Todas las notas deben estar en su lugar y todas las cuerdas han de sonar bien si se quiere que la música suene perfecta. Berta se pasaba veinte minutos cada vez que lo hacía. Si os parece mucho tiempo pensad que el arpa tiene cuarenta y siete cuerdas y que hay que afinarlas todas una por una… ‘Esta un poquito más, esta está bien, esta también, caramba esta que desafinada está…’.

Aquel día Berta hizo como siempre y cuando al fin tuvo su arpa afinada empezó a tocar. Pero al cabo de un rato notó que una cuerda volvía a sonar desafinada. ‘Qué raro’, pensó. Cogió su afinador y de nuevo tensó la cuerda hasta que escuchó el tono correcto.
Luego continuó tocando hasta que pasados unos momentos la cuerda volvió a sonar desafinada.

– ¿Qué pasa aquí? exclamó Berta un poco enfadada.

Berta inspeccionó la cuerda de cabo a rabo. Pensaba que quizá estuviera en mal estado y que tendría que cambiarla. Pero la cuerda estaba perfectamente bien y no se veía ningún defecto. Fue entonces cuando vio un hilillo que salía del interior de la cuerda… ¡qué cosa más extraña!
Cogió el hilo con los dedos y empezó a estirar y estirar. El hilo iba saliendo de la cuerda y cada vez se hacía más largo. Berta siguió estirando hasta que el hilo se rompió y escuchó una voz que gritaba: ‘¡Ay!’

– ¿Ay? ¿Quien ha dicho ay? ¿Quien hay aquí?

Berta miró a su alrededor pero no vio a nadie. Estaba sola en casa. ¿Se lo habría imaginado? Entonces miró el hilo que aún sujetaba con sus dedos y se dio cuenta de que no era un hilo: ¡era un cabello! ¡Un cabello que estaba dentro de la cuerda de su arpa!
La pobre muchacha estaba desconcertada y no entendía nada. Volvió a mirar con atención la cuerda de donde había salido el pelo y vio que ahora sobresalía una cosita blanca. Trató de cogerla con la punta de sus dedos y luego empezó a estirar. Berta estiró y estiró y vio como de la cuerda del arpa salía una uña muy larga. Y tras la uña salió el dedo de aquella uña. ¡Y estirando estirando al final salieron los cinco dedos de una mano!

Cuando la vio se asustó un poco, pero la mano le hizo un gesto para calmarla y pedirle que siguiera estirando. Berta no estaba muy convencida pero obedeció, cogió la mano muy fuerte y siguió estirando. Entonces salió un brazo y otro brazo y una pierna y la otra pierna y al final, ¡salio una chica entera!

 

 

 

 

 

 

La chica se parecía mucho a Berta y llevaba un vestido blanco como el de ella. Se quedaron frente a frente sin decir nada.

– ¿Quien eres? preguntó finalmente Berta.
– Me llamo Béné y soy tu pasión por la danza.
– ¿Mi pasión por la danza? ¿Qué significa eso? ¿Y como has salido de esta cuerda tan delgada?
– Tu música me ha llamado. He venido para enseñarte a ser bailarina. Siempre has querido ser bailarina.
– Pues sí, siempre lo he querido… pero esto es muy extraño. ¿Y tú me enseñarás a bailar?
– Si quieres puedo hacer que seas una bailarina, le contestó Béné con una sonrisa.

Berta no sabía qué pensar, aún estaba un poco asustada y no acababa de creerse todo aquello. Pero la sonrisa de Béné de algún modo la convenció de que no estaba soñando y que todo aquello estaba pasando de verdad.

– De acuerdo. ¿Y qué debo hacer? (contestó Berta).
– Debes tocar tu arpa y yo bailaré siguiendo tu música pero al mismo tiempo tu música deberá seguir mi danza. ¿Lo entiendes?
– No mucho…
– Es como si nos hablásemos sin palabras: tú con la música y yo con la danza. Yo te pregunto bailando y tu me contestas tocando. Tú me preguntas tocando y te contesto bailando. ¿Si?
– Parece muy complicado…
– Ya verás como no. Empecemos poco a poco y haciendo cosas sencillas.

Dicho y hecho: Empezaron a tocar y a bailar. Berta tocaba melodías cortas y sencillas. Béné se movía lentamente y con suavidad. Cuando Berta tocaba una nota alta, Béné alzaba los brazos y cuando ella se agachaba Berta tocaba una nota más baja. Poco a poco se fueron compenetrando y efectivamente empezaron a hablarse sin palabras. Una usaba la música y la otra la poesía del movimiento.
Así se pasaron un buen rato. El Sol brillaba tan fuerte en el cielo que sus vestidos blancos aún lo parecían más. Y a medida que el Sol se iba moviendo por el cielo Béné cada vez hacía movimientos más audaces, mientras que la música de Berta la iba siguiendo y al mismo tiempo la animaba a bailar aún más apasionadamente.

Ahora el Sol estaba tan bajo que su luz rojiza hacía que sus vestidos parecieran teñidos de rojo.
A medida que Berta iba cogiendo confianza empezó también a moverse. Sin dejar de tocar se movía alrededor de su arpa y al mismo tiempo seguía los movimientos de la bailarina. Cuando Béné se acercaba a un lado del arpa Berta se movía hacia el otro lado. Finalmente, Béné se acercó de nuevo y cogió la mano a Berta. Se apartaron del arpa y empezaron a bailar juntas.
Mientras bailaba Berta se sentía muy feliz. ¡Por fin se había hecho realidad el sueño que tenía desde pequeña! Seguía bailando y bailando y no quería que aquello terminará nunca!
Pero al final estaban tan cansadas que tuvieron que parar para descansar. Se abrazaron y Berta, aun resoplando por el esfuerzo le dio las gracias a Béné por haberle hecho aquel regalo tan maravilloso.

 

 

 

 

 

 

 

El Sol se marchó y el día llegó a su fin. La noche apareció y con ella la oscuridad. El rojo de sus vestidos se había transformado en un triste color negro. Cuando Béné miró su ropa y vio aquel color se puso muy seria y le dijo a Berta:

– Ahora debo irme, ya no puedo quedarme más tiempo contigo.

Berta protestó al escuchar aquello.

– ¡Pero no puedes irte todavía! Debes enseñarme muchas cosas. Tan solo hemos empezado. ¡No puedes marchar!

– Lo siento Berta, pero no puede ser. La noche ha llegado y no puedo quedarme más tiempo. Debo dejarte.

– No, eso no está bien. No me puedes dejar plantada. Me has dicho que sería una bailarina y para eso se necesita mucho tiempo. No me puedes dejar con la miel en los labios. Eso es muy cruel. ¡Eres una mala persona y te odio mucho!

Berta empujó bruscamente a Béné para separarse de ella al tiempo que le clavaba una mirada llena de furia y rabia. Estaba muy enfadada.
Béné trató de acercarse de nuevo pero ella retrocedió. Entonces Béné le grito:

– ¡Yo no soy una mala persona! ¿He venido expresamente para ayudarte y ahora me lo pagas de esta manera? Tú eres la mala persona. ¡Una desagradecida, mira por donde!

Béné le devolvió la mirada también llena de ira y de rencor.

– Ya te puedes ir cuando quieras. ¡No quiero volver a verte!

– De acuerdo. Pues ahora me marcho y tranquila que no me verás nunca más. ¡Adiós!

Por más enfadada que estuviera Berta, al oír la palabra ‘adiós’ su corazón se rompió en pedazos y empezó a llorar.

– Por favor, perdóname Béné. Lo que te he dicho no es verdad. No eres una mala persona. Me has dado el día más feliz de mi vida.

– Perdóname tú a mi Berta. Tampoco eres una mala persona.

– Es que me hacía tanta ilusión que te quedaras conmigo para siempre… Por eso estoy tan triste.

– A mi también me apena mucho tener que marchar. Lo estábamos pasando muy bien, ¿verdad? Quien sabe, a lo mejor puedo volver a verte otra vez.

– ¿En serio? ¡Me gustaría mucho! Nos lo pasaríamos muy bien y me podrías enseñar más cosas para poder ser bailarina.

– Berta… yo no tengo que enseñarte nada. Tú ya eres una bailarina.

– No, no, que va, yo no soy una bailarina como tú.

– No lo eres como yo, pero lo eres. ¿No te has fijado nunca en tus manos?

– ¿Mis manos?

– Los dedos de tus manos saltan de una cuerda a otra de tu arpa con la misma elegancia que una bailarina salta por un escenario. Y tus manos acompañan con la misma elegancia a tus dedos. Tus manos tienen el don de la música pero también tienen la poesía del movimiento. Del mismo modo, tus brazos acompañan el movimiento de las manos, y los hombros el movimiento de los brazos. Al final todo tu cuerpo baila con la misma elegancia que la mejor bailarina. Por eso tú también eres una bailarina.

Berta se quedó sorprendida. No lo había pensado nunca de ese modo pero inmediatamente se dio cuenta que Béné tenía razón. Entonces corrió hacia ella, la abrazó muy fuerte y le volvió a dar las gracias. Se quedaron abrazadas en silencio un momento tratando de apurar el poco tiempo que les quedaba juntas. Al final Berta preguntó:

– ¿De verdad volverás otro día a verme?

– ¡Ya verás como sí! ¡Y seguro que me podré quedar más tiempo!

– ¿Y qué voy a hacer yo mientras no estés? Te echaré mucho de menos. No quiero que te marches.

– Puedes ir pensando en todas las cosas que haremos juntas cuando vuelva. Ya verás: cierra los ojos.

– De acuerdo. Ya los he cerrado.

– Ahora cuéntame todo lo que haremos juntas cuando vuelva.

– Pues lo que vamos a hacer será volver a bailar y tocar el arpa como hoy. ¡Seguro que aún será más divertido! Nos lo pasaremos tan bien y será tan bonito que haremos actuaciones para que todo el mundo lo pueda ver. Ya verás como les gustará mucho. Nos invitarán a festivales de danza con otros bailarines. Y también podremos ir a festivales de música de arpa y los dejaremos a todos con la boca abierta. Viajaremos por el mundo y seremos famosas. Nos conocerán hasta en Australia. ¡Ah! Pero para eso necesitamos un nombre artístico. Nos podríamos llamar el dúo arpa-danza. O el dúo Béné-Berta. ¡No, espera! Ya lo tengo: nos llamaremos H2B. ¡Decidido! Y luego lo que haremos será…

 

 

 

 

 

 

Berta dejó de hablar y abrió los ojos. Béné ya no estaba. Se había marchado mientras ella iba hablando sin parar. La había distraído para que la despedida no fuera tan dolorosa. De repente se sintió muy sola y triste. Miró su arpa, la cogió y empezó a tocar una melodía dulce que la animó un poco. La música siempre tenía ese poder sobre ella.

Poco a poco Berta siguió con su vida normal. Tocaba el arpa siempre que podía y hacía recitales. Le gustaba mucho poder tocar para la gente y hacerlos olvidar sus problemas, aunque fuera por un rato. Ella, por su lado no olvidada a Béné y en algún momento del día siempre pensaba en ella. Se preguntaba cuando cumpliría su promesa de regresar. ¿Tardaría mucho? ¿Cuanto tiempo se quedaría? No lo sabía. Y aunque tenía muchas ganas de volver a verla había aprendido a esperar y a disfrutar de la vida. Sabía que el momento llegaría. Mientras tanto, cuando tocaba el arpa, además de estar pendiente del ritmo, de las notas y de todo lo demás, a veces miraba como sus manos bailaban sobre las cuerdas y sentía como todo su cuerpo las seguía arriba y abajo, a la derecha y a la izquierda. Y en su corazón se sentía como una bailarina danzando su propia música. Eso la hacía muy feliz.

Pero como el arpa es un instrumento muy difícil tampoco se podía distraer demasiado para no equivocarse. Y siempre siempre tenía que practicar en casa para no perder su destreza.
Un día estaba en casa totalmente concentrada tocando escalas y arpegios arriba y abajo hasta que notó que una de las cuerdas se había desafinado. Paró un momento y justo en ese momento oyó una voz que gritaba: ‘Ay!’
Cuando Berta lo escuchó una gran sonrisa se dibujó en su cara.

 

H2B, the dancing Harp. Performance abstract. Béné Carrat & Berta Puigdemasa.

 

PARA SABER MÁS…

H2B, the dancing harp
Berta Puigdemasa

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