A veces ser un virtuoso puede ser un inconveniente. Esto es lo que debía pensar el gran violinista y compositor italiano Niccolò Paganini en el año 1831 cuando, estando en París de gira alquiló un carruaje para poder acudir al lugar donde debía hacer un concierto.
Cuando llegó le preguntó al cochero el precio por el servicio…
– ¿Cuánto le debo?
– Veinte francos
– ¿Veinte francos? ¿Tan caros son los coches en París?
– Mi querido señor, (contestó el cochero, que lo había reconocido) cuando se ganan cuatro mil francos por tocar el violín con una sola cuerda se pueden pagar veinte francos por una carrera.
Esta es una de las muchas ‘proezas’ que Paganini podía hacer cuando tocaba su violín. Cuentan que era capaz de tocar con una sola cuerda y a pesar de todo conseguir que sonase como si tuviera cuatro.
Su técnica era tan prodigiosa que podía tocar a unas velocidades imposibles y con una soltura insultante.
Precisamente esta soltura era uno de sus secretos. Tradicionalmente los músicos habían aprendido a tocar adoptando posturas rígidas y forzadas. A los estudiantes de piano por ejemplo se les colocaba una moneda en el dorso de sus manos mientras practicaban y pobres de ellos que se les cayera la moneda.
Paganini en cambio era la antítesis de esta tradición. Tocaba con el cuerpo totalmente relajado y esto le permitía una libertad de movimientos total. De este modo conseguía una expresividad con su instrumento hasta entonces nunca vista.
Se sospecha que Paganini sufría el síndrome de Ehlers-Danlos, una extraña enfermedad que provocaba que sus articulaciones fueran muy flexibles, casi elásticas. Evidentemente en este caso el defecto se convertía en una gran ventaja a la hora de tocar.
Pero en aquellos tiempos resultaba más verosímil atribuir a la magia la genialidad de Paganini y por eso empezó a circular con insistencia el rumor de que el violinista había hecho un pacto con el diablo para poder lograr tocar con tanta maestría.
Afortunadamente no todo el mundo pensaba igual. Franz Liszt por ejemplo decidió ‘volver a aprender’ a tocar el piano cuando vio tocar a Paganini. Se quedó tan impresionado que se dio cuenta que necesitaba volver a replantearse todo lo que había aprendido para poder conseguir con su piano toda la expresividad que Paganini sacaba de su violín.
Durante los años posteriores a la muerte de Paganini muchas de sus obras para violín permanecieron en silencio porque no había ningún violinista capaz de interpretarlas. Poco a poco esto fue cambiando y ahora algunas de estas piezas aparecen en los conservatorios como temario para los estudiantes. Algunas, no todas porque otras aun hoy están al alcance de un número muy limitado de músicos.
Posiblemente la obra más popular de Paganini es su Capricho número 24
Jascha Heifetz interpreta el Capricho n. 24 de Paganini
Ah, por cierto: Paganini no pagó los veinte francos. Habló con el portero de la sala de conciertos para saber cual era la tarifa justa por la carrera y luego le dijo al cochero:
– Le doy dos francos, que es lo que le debo; los dieciocho restantes se los daré cuando pueda conducir con una sola rueda.
Hola Joan,
Creo que los principios del cochero eran totalmente adecuados. En La Rioja solemos decir que ‘hay que regar cuando baja agua’; el cochero estaba aplicando el mismo concepto de oportunidad.
Un abrazo, Miguel